Sentir culpa es humano. La culpa puede aparecer cuando sentimos que hemos hecho algo mal, que hemos fallado a alguien o que no estuvimos a la altura de nuestras propias expectativas. A veces surge por acciones concretas; otras, por decisiones pasadas o incluso por pensamientos que ni siquiera se materializaron. Sea como sea, cuando la culpa se instala, puede convertirse en una carga emocional muy difícil de sostener.
Trabajo a diario con personas que viven atrapadas en sentimientos de culpa persistente: por la familia, por la pareja, por no haber hecho algo diferente o por no sentirse “suficientes”. La buena noticia es que la culpa, cuando se comprende y se trabaja, puede transformarse en una fuente de aprendizaje y autoconocimiento.
¿Qué es la culpa y por qué nos hace tanto daño?
La culpa es una emoción moral. Surge de la conciencia de haber transgredido un valor o una norma interna. En su justa medida, la culpa cumple una función: nos alerta de que algo necesita repararse, que quizá debemos disculparnos o enmendar una acción. El problema aparece cuando se vuelve crónica, desproporcionada o se alimenta de exigencias imposibles.
Muchas veces la culpa no se basa en hechos reales, sino en interpretaciones. Nos castigamos por decisiones que tomamos sin la información que hoy tenemos, por no haber sido “perfectos” o por no cumplir expectativas ajenas. Vivir con culpa permanente genera ansiedad, vergüenza y baja autoestima.
Tipos de culpa más comunes
Identificar el tipo de culpa que experimentas es un primer paso para gestionarla mejor:
1. Culpa realista
Surge cuando realmente hemos hecho algo que va en contra de nuestros valores o que ha dañado a alguien. Es la culpa que podemos transformar en reparación, perdón y cambio.
En terapia, trabajo contigo para ver cómo pedir disculpas, reparar el daño y aprender para no repetirlo.
2. Culpa neurótica o desproporcionada
Se presenta cuando sentimos culpa por cosas que no dependen de nosotros o que están fuera de nuestro control. También cuando nuestra autocrítica es tan severa que nos hace responsables de todo.
Aquí es clave aprender a poner límites internos y cuestionar la exigencia excesiva que alimenta esa culpa constante.
3. Culpa heredada o impuesta
Muchas personas cargan culpas que no son suyas: por lealtades familiares, por mandatos sociales o por ideas inculcadas desde la infancia. Por ejemplo: sentir culpa por priorizarse, por decir “no” o por alejarse de relaciones dañinas.
En terapia, revisamos estas creencias para diferenciarlas de lo que realmente quieres y necesitas como adulto.
Señales de que la culpa se está volviendo dañina
Es normal sentir culpa de vez en cuando, pero hay signos que indican que puede estar afectando tu bienestar:
1. Rumiar constantemente el pasado
Si no puedes dejar de darle vueltas a lo que hiciste o dejaste de hacer, reviviendo la escena una y otra vez, es posible que la culpa se esté cronificando.
El trabajo terapéutico ayuda a procesar esos recuerdos y darles un lugar en tu historia sin que sigan doliendo igual.
2. Baja autoestima y autocrítica excesiva
La culpa desproporcionada suele ir de la mano de una voz interna muy dura. Si todo el tiempo te dices que “eres mala persona”, “egoísta” o “nunca haces nada bien”, esa autocrítica perpetúa la culpa.
Parte del proceso terapéutico es suavizar esa voz, encontrar un lenguaje interno más compasivo y justo contigo mismo/a.
3. Dificultad para disfrutar o sentir merecimiento
Hay personas que, cuando sienten culpa, se auto-sabotean. No se permiten disfrutar de logros, momentos de descanso o placer. Sienten que “no lo merecen”.
En consulta trabajamos mucho la relación entre culpa, merecimiento y derecho a la felicidad.
Cómo empezar a gestionar la culpa
Si te reconoces en alguno de estos puntos, no significa que debas vivir así para siempre. Aquí te comparto algunas claves para comenzar a trabajar la culpa:
1. Diferencia entre responsabilidad y culpa
Ser responsable implica reconocer tus acciones y sus consecuencias, pero desde una mirada constructiva. La culpa, en cambio, suele quedarse estancada en el reproche. Pregúntate: ¿qué puedo hacer ahora que no hice entonces? ¿Qué está en mis manos reparar?
2. Habla de lo que sientes
La culpa crece en silencio. Compartir lo que sientes con alguien de confianza o en un espacio terapéutico te ayuda a ordenar ideas, matizar interpretaciones y recibir otra perspectiva.
3. Practica el perdón
A veces no es posible reparar algo en el exterior, pero sí perdonarte internamente. El perdón no es justificar todo, sino reconocer que hiciste lo que pudiste, con los recursos que tenías en ese momento.
4. Trabaja la autocompasión
La culpa crónica suele ir de la mano de una autoexigencia muy alta. Aprender a tratarte como tratarías a alguien que quieres mucho puede transformar tu relación contigo mismo/a.
La terapia individual: un espacio seguro para soltar la culpa
En mi consulta en Alicante trabajo la gestión de la culpa como parte de la terapia individual. Juntos exploramos la raíz de tus sentimientos, distinguimos qué culpa es real y qué no lo es, y diseñamos estrategias para repararla o soltarla.
Muchos pacientes se sorprenden al descubrir que la culpa que arrastran ni siquiera les pertenece. Poco a poco, a través de la comprensión, la expresión emocional y el trabajo de autocompasión, es posible liberarse de esa carga.
Beneficios de trabajar la culpa en terapia
- Mejorar la autoestima y la confianza en ti mismo/a.
- Recuperar la capacidad de disfrutar sin sentirte en deuda.
- Desarrollar una relación más compasiva contigo.
- Dejar atrás el pasado y centrarte en tu presente.
Si sientes que la culpa te pesa más de lo que debería, no tienes por qué cargarla en soledad. En Aura Psicóloga encontrarás un espacio seguro y sin juicio para trabajar en ello a tu ritmo.
La opinión de Aura Psicóloga
Para mí, la culpa no es solo un problema a eliminar, sino una emoción que nos habla de nuestras heridas, de nuestros valores y de cómo nos relacionamos con los demás. Acompaño a cada persona a reconciliarse consigo misma, aprender a reparar si es necesario, y a vivir con más ligereza y paz interior.